Lo afeó delante de todos, lo oímos claramente. Posiblemente
se lo mereciera, pero hacerlo de esa forma tan descarnada y cruel, le quitaba
todo rigor y razón.
Estoy seguro que Carlitos estaba totalmente arrepentido, o
al menos así lo entendí al explicarse con un razonamiento pleno de hipo y
sollozos mezclados con ese coctail tan infantil acompañado de lágrimas y mocos.
Ninguno pudimos calmar el estado de ansiedad del niño. El padre también estaba
inconsolable y arrepentido. No digo que una figura paterna no sepa como educar
a sus hijos, hay maneras, yo incluso voy más lejos, abogo hasta por una terapia
más contundente, pero lo sucedido realmente no tenía nombre ni justificación.
Avergonzar al niño con esa crueldad rebasaba los límites permitidos. Convencido
estoy que el vástago hubiese preferido una colleja, incluso un tirón de pelo en
la zona del cuello, justamente donde nace, hasta lo hubiese cambiado por un mes
sin consola, hubiera preferido quedarse sin el Ipod por Reyes. Esto lo hubiera
producido un dolor momentáneo, un ¡ay!, una mueca desagradable, un
arrepentimiento y un aprendizaje, pero todo perecedero.
Posiblemente, cuando lo escuché, mi deber habría sido
llamar a los servicios sociales y que hubieran tomado cartas en el asunto, la
Ley de Protección del Menor es muy dura, y en un caso injustificado como este
mucho más, pero una medida de este calibre, ya no tendría retorno, pero claro,
por otra parte, lo sucedido iba a acompañar al muchacho durante toda su vida.
¡Dios que conflicto!. Quedé traumado de tal manera que no supe reaccionar. Su
progenitor tenía que haber medido más sus palabras, es verdad, pero como
penitencia se arrepentirá todos los días de su vida. Tras la expresión ya no
valía: “Perdona Carlitos, no lo pensé
antes”, “No se lo cuentes a mamá, te aseguro que no volverá a suceder”. Me dio
mucha pena cuando entendí entre susurros: “Dios me tenía que haber dejado mudo
en este momento”.
Podía haberle dicho simplemente: “Mientes más que Mariano”,
y hubiese valido, quizá hubiese ocasionado algún daño de menor calado, pero
reparable, incluso pudo edulcorarlo de alguna manera diciendo que Marianos hay
muchos, pero no, tuvo que pronunciar con vehemencia las cinco palabras casi
irrepetibles y funestas: ¡Mientes más que Mariano Rajoy!. Dos segundos de rabia
incontrolable y toda una vida de arrepentimiento. Los motivos de tan agria y
funesta disputa no los conocí, pero muy grave tuvo que ser la mentira para
hacer un escarnio tan salvaje y traumático a la pobre criatura…, y delante de
todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario