Lo he oído de siempre: “Cuñao, viene de cuña”. Todos
tenemos una cuñada o cuñado para competir en concurso de méritos por saber cual
es más cabrón/a.
El día 2 de enero conversaciones como la siguientes son muy
comunes: “La mía es peor, fíjate, llevó la conversación de Nochebuena hasta el
punto de levantarnos de la mesa e irnos; o desairábamos a mamuchi o la dábamos
las del pulpo”. “Apareció con unas mechas…, pura inspiración en Cruella de Vil,
¡normal!”. “Joder, yo te la cambio sin ver, lleva a mi pobre hermano hecho unos
zorros, pero eso sí, ella enjoyada hasta arriba, seguro que él lleva los
calzoncillos repasados”. Pues la mía: “Que si mi Carlitos es un cielo, bueno,
que lo han puesto de ángel en el Belén”, y mi Martinita, ni te cuento, no ha
sido Virgen porque saca la cabeza a San José… sí claro, y a ti te pondrán de
bruja en el cuento, pienso en mi interior mientras le pongo una sonrisa de
póker.
También a mi me pasa todas las navidades cuando me estoy
acicalando: “mejor si no viene…”, “eso que nos ahorramos…”, “estoy de lo que
llama ella paté hasta arriba…”, “si no es por él que es majo, pero ella lo
tiene dominado…, “es un calzonazos, conmigo podía que haber caído…”, “es que el pobre ni canta…, claro, con esa
mujer”; y a los postres: “¿jugar al bingo?, anda que siempre es igual…”,
“Antonio juega, aunque sea por dar gusto a los niños” , y a mí ¿quién me da
gusto?, y otra vez: 22… 2-2 – ¡los patitos!. ¿A que lo han dicho alguna vez?.
¿A que sí les suena?.
No conozco la estadística pero seguro que las fechas
navideñas son las más propicias para dejarse de hablar y borrar del disco duro
todas las fotos en las que aparece. (Por cierto, tengo que buscar un tutorial
de Photoshop: “Como borrar rostros de una foto”). El vino, el cava, el gin tónic,
elementos complementarios para desinhibirse y soltar las cuatro verdades
enquistadas que te rondan desde hace años, si, cuando aquel funesto día te
manchó de carmín tu adorable camisa, y encima decía que fue sin querer.
Mi María, prudente y poco dispuesta a disgustar a mamá,
antes de salir me dice: ¡Antonio que te conozco, tengamos la fiesta en paz!,
luego me lo repite en el coche y otra vez antes de llamar a la puerta. ¡No, si
encima voy a tener yo la culpa!..., que sí, que eres muy polilla, que no sabes disimular, anda…, haz un esfuerzo
cariñín que es la mujer de mi hermano, hazlo aunque solo sea por mi…
¡Hola!, ya estamos aquí…, ¡Qué guapos!, ¡cuánto tiempo!,
¿dónde me siento? (no se para que pregunto si siempre me toca a su lado). Pásame
la ensalada…, estas navajas son chilenas…, el pescado lo ha hecho ella…, ¡pescado,
a cualquier cosa llaman pescado!…, ¿turrón duro o blando?…, no vale elegir las
uvas…, si metes el anillo a la copa se cumplen los deseos… Que no bruja, que
serán los tuyos, que el año pasado pedí que desaparecieras y aquí sigues…, ¡Lo
dice solo por joderme!.
¡Feliz Año!, digo tras las campanadas, mientras para
besarla estiro el cuello hasta lo imposible, todavía me acuerdo de la camisa y
el carmín. De remate ahora los petardos, ¡puta manía!, han conseguido que me
resulte simpático el “hou, hou, hou” de Papá Noel. Solo falta que me tire la
copa encima… Por fin…, Mari, ¿Cuándo nos vamos,?..., me duermo…, ¡Joder Antonio
si eres divertido!, ¡cuando vamos a casa de tu madre no tienes tanto sueño!…, y
por fin nervioso como un perro de caza, nuevos besos, ahora más efusivos, más
sentidos…, claro esta vez son de despedida, en esos breves instantes entiendo
la alegría y el milagro de la Navidad y lo de tocar el cielo con los dedos.
Hasta el año que viene, prueba superada, bueno primero
tengo que preguntar donde comemos en Reyes y… con quién.
Es una recreación de lo que puede suceder en cualquier
familia, en la mía no, ¡claro está!. (Lo digo por si lo lee…).
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