Ahora tienen esa edad incierta en la que ponerse los
calcetines es más cuestión de técnica que de habilidad, rondan los 60. El más
joven ha tenido que echar mano de los recuerdos para poner orden. Sí, cuando
imberbe con 14 años tuvo que cambiar “Un, dos y tres por el bote…” por aquel
taller mecánico de Pablo y su cuñado Marcelo (amigos de su padre). Su hermano
había estudiado en el “Buru” como tornero ajustador.
Los dos hermanos entraron jovencitos, domables y dóciles en
una fábrica pujante, referente y ejemplo de las cosas bien hechas. La verdad es
que los terrenos se los había regalado el regidor de turno para que esas
instalaciones que tanto aportarían al tejido industrial y a la prosperidad de
la ciudad fuera un éxito de futuro. A cambio, a su cese, ocuparía un puesto
importante en el Consejo de Dirección.
Entre aquellas paredes, olor a aceite y ruidos de prensa
sintieron ser parte de la misma, aportando, sugiriendo y defendiendo hasta
dejar 34 y 37 años de sus vidas, respectivamente.
Ya en 2005 escucharon un término nuevo: la desmovilización,
que había países emergentes que a su vez contaban con regidores de turno
dispuestos a ofrecer prebendas, que había que ajustar salarios para crecer, que
se recortaban servicios sociales de la empresa, que aquello era inasumible. Lo
cierto es que era competitiva, pero el ansia de dinero de los accionistas había
puesto sus ojos en Hungría o en la India, que también aquella gente merecía una
oportunidad de prosperidad y ser explotada. No están maleados y trabajarán por
lo que fuera, les decían. De amenazas veladas se pasó en 2009 a una reducción
de plantilla, a ellos no los tocó. En 2010 hubo un ERE que afectó al mayor. Ya
en septiembre de 2011, a la vuelta de las vacaciones encontraron las puertas
cerradas, se enteraron que se había procedido a un Concurso de Acreedores, y
así, sin más, se vieron haciendo cola en las oficinas del paro. De la tragedia
familiar prefiero no hablar.
Tras 34 y 37 años de cotización pensaron serviría de algo.
¡Qué equivocados estaban!. A ellos como a decenas de miles con más de 50 años,
las cotizaciones les ayudarían poco.
Todo estaba trágicamente medido. Cuestiones interesadas de
más o menos: Menos salarios, más barato y fácil el despido, más tiempo para
poder jubilarse, más contabilización de los últimos 25 años…, ¡pero si tengo 58
años y he consumido dos de paro!, decía el mayor. Como solo he cotizado
30 años, ahora me cuentan que para el 100% me hacen falta 38,5 años, que por cada año anterior a los 67, me hacen
un 7% de descuento en la pensión, que hay que ser solidario… me faltan 7 ó 9,
que ya ni sé, pero vamos que en el mejor de los casos me quedará la mitad de la
pensión. ¿Y los jóvenes, cuando van a cotizar más de 38 años?, ¡nunca!. Si, sin
duda en 30 años se acabaron las pensiones.
Les facilitaron hipotecas, entraron en la cadena prevista y
fueron marionetas de los arbitrios de multinacionales y de vergüenzas de
gobiernos. Al principio les enseñaron los billetes y al abrir el sobre solo
había papeles, por supuesto, la bolita no apareció, cosa de trileros
consentidos. Encima lo justifican
diciendo que lo hacen para poder mantener las pensiones y el estado de
bienestar en el futuro. Ya ni estampitas. Aquí Spencer Johnson si tenía razón:
¿Quién se ha llevado mi queso?.
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