sábado, 28 de diciembre de 2013

DE TRILEROS Y TOCOMOCHOS


Ahora tienen esa edad incierta en la que ponerse los calcetines es más cuestión de técnica que de habilidad, rondan los 60. El más joven ha tenido que echar mano de los recuerdos para poner orden. Sí, cuando imberbe con 14 años tuvo que cambiar “Un, dos y tres por el bote…” por aquel taller mecánico de Pablo y su cuñado Marcelo (amigos de su padre). Su hermano había estudiado en el “Buru” como tornero ajustador.

Los dos hermanos entraron jovencitos, domables y dóciles en una fábrica pujante, referente y ejemplo de las cosas bien hechas. La verdad es que los terrenos se los había regalado el regidor de turno para que esas instalaciones que tanto aportarían al tejido industrial y a la prosperidad de la ciudad fuera un éxito de futuro. A cambio, a su cese, ocuparía un puesto importante en el Consejo de Dirección.

Entre aquellas paredes, olor a aceite y ruidos de prensa sintieron ser parte de la misma, aportando, sugiriendo y defendiendo hasta dejar 34 y 37 años de sus vidas, respectivamente.

Ya en 2005 escucharon un término nuevo: la desmovilización, que había países emergentes que a su vez contaban con regidores de turno dispuestos a ofrecer prebendas, que había que ajustar salarios para crecer, que se recortaban servicios sociales de la empresa, que aquello era inasumible. Lo cierto es que era competitiva, pero el ansia de dinero de los accionistas había puesto sus ojos en Hungría o en la India, que también aquella gente merecía una oportunidad de prosperidad y ser explotada. No están maleados y trabajarán por lo que fuera, les decían. De amenazas veladas se pasó en 2009 a una reducción de plantilla, a ellos no los tocó. En 2010 hubo un ERE que afectó al mayor. Ya en septiembre de 2011, a la vuelta de las vacaciones encontraron las puertas cerradas, se enteraron que se había procedido a un Concurso de Acreedores, y así, sin más, se vieron haciendo cola en las oficinas del paro. De la tragedia familiar prefiero no hablar.

Tras 34 y 37 años de cotización pensaron serviría de algo. ¡Qué equivocados estaban!. A ellos como a decenas de miles con más de 50 años, las cotizaciones les ayudarían poco.

Todo estaba trágicamente medido. Cuestiones interesadas de más o menos: Menos salarios, más barato y fácil el despido, más tiempo para poder jubilarse, más contabilización de los últimos 25 años…, ¡pero si tengo 58 años y he consumido dos de paro!, decía el mayor. Como solo he cotizado 30 años, ahora me cuentan que para el 100% me hacen falta 38,5 años,  que por cada año anterior a los 67, me hacen un 7% de descuento en la pensión, que hay que ser solidario… me faltan 7 ó 9, que ya ni sé, pero vamos que en el mejor de los casos me quedará la mitad de la pensión. ¿Y los jóvenes, cuando van a cotizar más de 38 años?, ¡nunca!. Si, sin duda en 30 años se acabaron las pensiones.

Les facilitaron hipotecas, entraron en la cadena prevista y fueron marionetas de los arbitrios de multinacionales y de vergüenzas de gobiernos. Al principio les enseñaron los billetes y al abrir el sobre solo había papeles, por supuesto, la bolita no apareció, cosa de trileros consentidos.  Encima lo justifican diciendo que lo hacen para poder mantener las pensiones y el estado de bienestar en el futuro. Ya ni estampitas. Aquí Spencer Johnson si tenía razón: ¿Quién se ha llevado mi queso?.

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