sábado, 7 de mayo de 2016

LA BOLSA Y LA VIDA

     Subía las escaleras muy ligera, más de lo habitual. Estaba decidida a presionarle como nunca pues no quedaba otra salida. Abrió y vio a su hombre sentado en la silla de la cocina, inmóvil, con la cabeza entre las manos mascullando su amargura. Hacía mucho tiempo que ya no pisaba al salón. Carraspeó y dijo: Cristóbal, no queda otro remedio; treinta y cinco euros hay en la cómoda y tres con treinta y ocho tengo en la cartera. Las alitas de pollo para la comida me las ha regalado Ángel; hoy no hará falta acudir al comedor social. ¡Tienes que hacerlo ya!
    
     ¡Comedor social!. Que palabras. Recordaba lo que contaba su abuela sobre el Auxilio Social cuando la guerra. Aquella que pobló a la abuela de canas, acabó con el abuelo en el frente, y en la tumba anónima. ¡Que triste!, siempre seremos una familia de auxiliados, pensaba. Está bien, ¡lo haré! Concluyó.

     Esa noche no durmió dando vueltas imaginando el escenario tantas veces repetido. Lo sabía, la mejor hora es las diez y ocho minutos; en ese momento muchos de los empleados salían a tomar café, y el flujo de clientes era más reducido. Mejor que hubiera pocos testigos.

     Carraspeó a la vez que movió ligeramente a su mujer. Cariño… ¿duermes?..., ¡no, Cristóbal, no!, ¿cómo voy a dormir pensando que todo puede salir mal, tu no haces más que moverte?... Cristina… yo creo que me podía esperar Mateo a la puerta de la oficina con el coche en marcha, entro, lo liquido y salimos de allí echando humo, seguro que nadie lo va a relacionar…, ¡que no!, ya lo hemos hablado, el tiene su familia, es algo que debes hacer tu solo, además si se enteran en su trabajo podían despedirlo y eso sería ya tremendo, no nos lo podríamos perdonar nunca. ¡Esta bien!, que sea lo que Dios quiera, respondió.

     Se levantó temprano, fue al lavabo, se miró en el espejo, aquellas arrugas no presagiaban nada bueno. Se lavó la cara y se vistió como si fuera la última vez.

     Esperó la hora y  volvió a la habitación. Cristina…, como no lo consiga esta vez, me pego un tiro. ¡Te lo juro!
    
     Fue a la cómoda, abrió el cajón, apartó los treinta y cinco euros y contempló sus armas dormidas en espera de utilidad, impolutas, tan afiladas como folios virginales. Mucho le había costado reunirlas ya que tuvo que indagar en un mundo complicado y totalmente desconocido por él. Sabía que contaba con más de las necesarias pero estaba decidido a llevar todas en la aventura, por si acaso.

     Buscó una bolsa del supermercado, la dio la vuelta para que no se viera una dirección que pudiera relacionarle, introdujo todo aquello y se aseguró que desde fuera no se viera su contenido. Pensó, es invierno, nadie sospechará de mi aspecto. Se puso el tapabocas, las gafas oscuras y se caló la gorra asegurándose que la visera apuntaba al suelo… ¿Me reconocerá alguien?, preguntaba en voz alta. ¡Que no, ya verás como no!, decía Cristina mientras lo acompañaba a la puerta. ¡Suerte Cristóbal!, que todo salga bien, tienes todo mi cariño  le susurró dándole  un sentido  beso que le pareció más una despedida para siempre.

     Iba andando por la calle y pensaba que ya hacía un mes de la primera intentona fallida, pero esta vez, afortunadamente, lo tenía todo más estudiado: había escrudiñado la oficina, conocía horarios, ubicación de mesas, rutinas… !Saldrá todo bien! se decía en voz baja reafirmándose en la necesaria acción. De vez en cuando abría la bolsa y comprobaba que todo estaba en orden mientras giraba la cabeza.

     Era la hora de la verdad. Abrió la puerta del incierto destino y contempló a dos hombres y una mujer esperando. Eran más o menos de su edad y charlaban entre ellos: “Con esto de las reducciones de plantilla cada día tenemos que esperar más”, decía el primero”, “No sé cuando se arreglará tamaño desaguisado” apostillaba la señora.

     Uno…, dos…, se mueve el tercero… va a llegar su momento. Cristóbal suda, tiene la garganta reseca. Piensa lo que vas a decir para que quede claro, conciso y, el interlocutor no albergue duda alguna en la demanda y sepa que estás dispuesto a todo si se niega, se dice entre dientes. Ni siquiera nota el taconeo nervioso e incesante de su pie izquierdo contra el suelo… ¡El siguiente! Avanza y se ve frente a él, ¡Que quería!... ¡Yo¡… balbucea algo ininteligible y vuelve a tragar saliva. ¡Que qué quería, que no tengo todo el día para usted! Esta última frase lo  enerva, definitivamente. Encorajinado y nervioso, mete su mano derecha en la bolsa mientras, le mira fijamente a los ojos y prendiendo fuertemente el contenido, con voz clara e inteligible le espeta: -“Vengo a solicitar la ayuda familiar para parados de larga duración”. -¡Está bien!, veamos… ¿tiene todos los papeles?... creo que esta vez si, aclara Cristóbal. A ver, declaración de la renta, libro de familia, DNI, certificado de retención, resolución judicial, demanda de empleo, vida laboral, baja en la empresa… humm… falta… ah… no…, ¡aquí está la declaración jurada de que no percibe más ingresos! ¿Y todo esto que es?... ah, ya veo… la fe de bautismo, certificado de confirmación, solicitud municipal de transporte gratuito y el informe para la eliminación de tasas de basuras no le hacen falta. ¿Seguro, no? apostilla el demandante, ¡tranquilo, que no! dice mientras se oye el “clonch” del sello metálico del registro y le devuelve una copia firmada… ¡Ya le escribirán. ¡El siguiente!  vocifera con latiguillo cansino.
    
     Resopla ¡ya está! No ha sido tan difícil como la otra vez. Sale presuroso de la oficina quitándose gorra, tapabocas y gafas, cuando llegando a la esquina percibe una voz: ¡Coño Cristóbal!, ¿ya cerraron todo aquello, verdad?, ¡mala edad tienes!, ¡que putada! Asintiendo con la cabeza prosigue con su tesoro en la mano, pensando en las alitas de pollo y en la sonrisa de Cristina.

     Hay esperanza, solo queda aguardar el correo.



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