Pese
a que a mediodía se colocan con su guitarra, hatillo y can, me gustan mucho más
por la tarde. Cuando el sol cae por
detrás de la puerta de Santamaría de la catedral, y las farolas pares (las
impares hace tiempo que no lucen en muchas calles), comienzan a iluminar la
travesía, ellos se instalan en la calle Laín Calvo confluyendo con el arco que
da acceso a La Flora. Enciende sus antorchas, desprendiendo olor a combustible
barato y comienza a hacer malabares con ellas; otras veces realiza ejercicios de
pelotas (sí, pelotas de goma, obviamente), mientras, el otro, anillado en la
nariz y con más agujeros que un pasapurés, con salero encendido dice: “Échenos
algo, aunque sea una bronca”, “es para pagar la póliza de incendios”, “pedimos
ayuda para la caja de resistencia de los dientes”, dice mientras muestra su abandonada
dentadura plena de huecos, que hace se remuevan sentimientos olvidados y
rebusques unos céntimos en el bolsillo, y así diariamente van acumulando chascarrillos
ingeniosos para “sobre-morir” a tanto despropósito.
Nos hemos vuelto a acostumbrar a ver pobres pidiendo por
las calles. Seguían todavía los tradicionales de las iglesias, los de siempre, pobres
de raza y nacimiento, pero a estos de “pedigrí” incuestionable se han unido
músicos ambulantes, obligados indigentes leyendo libros por detrás del bote
colocado al efecto, alguno solicitando su óbolo enseñando los descalzos pies; otros
tararean algo ininteligible que acaba en comer, caridad o por Dios… Jóvenes
cabizbajos, avergonzados y derrotados, arrodillados en medio de la plaza cuando
más llueve. Hay otros rogando no se lleven los cartones que le sirven de perenne
lecho, incluso vemos a algunos disfrazados de peregrinos pretendiendo ablandar
el corazón de los que pasan; seguro que muchos viandantes transitan con
similares problemas; pero no se atreven a pedir. Nos dicen que hay también
mafias que como proxenetas de la pobreza controlan y defienden los puestos
tradicionales más rentables (parroquias ricas y pontazgos exquisitos), y
conocemos también perennes acordeonistas preludiando fiestas locales. Lo cierto
es que a muchos en los últimos años no les ha quedado más remedio que olvidar
sus oficios más o menos cualificados y reconvertirse en profesionales del pedir.
De todos ellos, de los habituales, me quedo con una joven,
pizpireta, resuelta, artista, que con su violín toca música celta de manera
primorosa. Me gusta también un guitarrista acústico con amplio repertorio (muy
importante cuando convive debajo de tu ventana), y luego los dos descritos en
los primeros párrafos, éstos, por su atuendo, calzado, perros y ejercicios, me
recuerdan a los saltimbanquis medievales, y la verdad es que muy poco ha
cambiado desde aquella oscura época.
Nos encontramos en un “estado feudal democrático”. Sí, los
señores de la guerra siguen siendo igual de déspotas y ajenos a los problemas,
mientras los cortesanos, al igual que entonces, siguen llevándose el ahorro y
esfuerzo del pueblo, pero eso sí, ahora para más escarnio los elegimos nosotros
cada cuatro años.
Es verdad que hay mucha similitud. Miren ustedes sobre sus
ingresos lo que pagan de impuestos y comprobarán que el diezmo de otras épocas
era una tontería. Ahora no nos esquilman las gallinas o el cerdo, pero si la
vivienda, y además sigues debiendo dinero de por vida a la entidad, vamos, la
usura medieval de siempre. Continúan los señores de armiño y seda – como
entonces - saliendo a la calle con todo boato, carruajes, banquetes… y emulando
a sus antecesores, lo hacen con su guardia pretoriana. ¡Menos mal que no hay
cadalsos!, aunque algunos los pidan. Tenemos adláteres mesiánicos, iluminados magos, algunas brujas malvadas,
abades mitrados silenciosos y beligerantes con el poder (y viceversa), y quien
quiere ser visir en lugar del visir. Mantenemos legisladores imponiendo más tributos
y multas, incluso a quien pida o busque comida en contenedores; ¿si no tienen
para comer, cómo van a pagar multas?. Tan solo nos falta un Robín Hood convertido
en Tempranillo que ponga un colorín colorado a la penosa historia.
Mal futuro se presenta cuando nos hablan de recuperación y
hoy, 4 de febrero de 2014, leo en la prensa cifras que en otro tiempo y con
otra cultura hubieran servido para tomar al asalto el castillo, quemar la torre
del homenaje y colgar en una pica la cabeza de sus opresores. 113.097 parados más
en enero, la Seguridad Social ha perdido en ese mes 184.031 afiliados, ¿qué
pensiones se podrán cobrar en el futuro?. Cuentan las noticias que un 30% de
los niños están instalados en la pobreza, que se desmayan en clase por hambre,
y que los comedores sociales están totalmente desbordados.
Estamos en un país de 47,27 millones de habitantes, donde sólo
trabajan 16.173.610; de los autónomos, (incluidos en la cifra), uno de cada dos
es pobre. Vemos que 2.000.000 de familias tienen todos sus miembros en paro, vivimos
en una nación en la que la tan cacareada Reforma Laboral sólo ha servido para
destruir y abaratar empleo, y el que está en estas bolsas marginales, con
hambre y futuro incierto, muy poco le importa digan que se está saliendo de la provocada
crisis, que todo es cuestión de tiempo, que creceremos dos décimas, que la
prima de riesgo está baja, que el Ibex ha subido y que no nos van a intervenir;
nada de esto sirve para mitigar el hambre o pagar la luz (esa es otra). Me
suena a aquél que no daba de comer a su canario, y le enseñaba un anuncio en
prensa: “Se vende alpiste”.
Sabemos que los ingresos familiares han bajado el 20%, que
los salarios se han recortado de media un 10% y los “EMPLEOS A TIEMPO PARCIAL
INVOLUNTARIO” han servido para que tener un trabajo más o menos fijo no sea
suficiente para salir del umbral de la pobreza, ni tan siquiera para recuperar
la caja de la tesorería. La realidad, la cruda realidad, son los datos
expuestos.
Nos cuentan ahora (época pre-electoral), que van a bajar
los impuestos. ¡Que no!, que como mucho se igualarán, que ya se encargaron de
subirlos cuando en campaña prometieron lo contrario. También airearon que nunca
hablarían de la herencia recibida y tras dos años seguimos oyéndolo como
justificante. ¿No tenían la llave?, ¿no prometieron frenar el paro, y desde
entonces hay más de 1 millón de parados más?, ¿no consiguieron mayoría por las
promesas ahora incumplidas?. Sabemos que llegará un momento que se frenará y
volverá lentamente a recuperarse, y
mientras, ¿cuántos cadáveres por el camino?.
Con una nefasta oposición que abrió el melón de la opresión
y la injusticia, que ahora no se opone nada, con señores feudales coleccionando
eufemismos que atentan contra nuestra inteligencia, fabricando leyes entre
atanores y alambiques más propios de la “Alquimia El Trile” que de un congreso
de diputados, y/o aplicando el “rodillo electo”, convierten todos los
ingredientes en pócimas pestilentes y nauseabundas, tales como rebajar el IVA
para el arte y por contra aplicar el 21% a lo más básico y necesario. Nos
obligan a ejercitar pago, copago y re-pago en sanidad u otras materias; eso si,
nos dan las gracias por los esfuerzos realizados, ¡si no nos podemos negar a
pagar!; las gracias se dan a quien colabora desinteresadamente, si no suena a
regodeo.
Sabemos de regidores – por ejemplo - que teniendo el deber
de velar con celo por el cumplimiento de la ley, son ellos los que las
incumplen fumando en el ayuntamiento y además con prepotencia jactándose de
ello. Gobernantes creando en contaminadas redomas formulas magistrales que
conviertan el fraude en activos de bancos malos (como si alguno hubiese con bondad),
que luego venderán a la baja a sus amigos, y para mas escarnio asistimos a ver
como los representantes de los trabajadores se llevan para su alhacena ingresos
que eran para cursos de formación de parados, y emulando al poder, degustan langostinos
y fino (estos sindicalistas, del anuncio de Rodolfo Langostino sólo entendieron
lo del “llevááááme a casa”, dinero incluído). Con todo este cúmulo de leyes
injustas y opresoras, solo nos queda gritar: ¡Bajad el puente y subid el
rastrillo, ¡malditos!, que queremos entrar para arrasar el patio de armas!.
Se especula con la miseria y la pobreza, así no es de
extrañar que en este barrio burgalés con nombre mezcla de medicamento y
explosivo, la gente salga a la calle; ocurre que cuando no se tiene nada que
perder, la masa se revuelve y muestra su enfado; lo del aparcamiento, seguro
fue la espita y detonante para hacerse escuchar en un ¡basta ya! y poner en
asedio y brete al castillo de los despropósitos.
Lo mío por edad es todavía más triste, solo me queda ponerme
en una esquina, vestido de harapos, dejada barba, y con la mano extendida cantar
aquello de La Bullonera:
“El pantalón sin culera,
tengo las abarcas rotas,
el pantalón sin culera,
el bolsillo sin un duro,
¡Buen invierno me espera!
Algo más sacaría.
¡Lástima, acertaron a mamar!, que dice un amigo.
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