Me tocó dar la noticia. Fue una fría
madrugada de un 20 de Noviembre, corría el año 1975. Tenía que hacer la cuarta
imaginaria, la peor, ya que había que despertar al oficial de guardia, a los de
cocina y a todos aquellos que entraban de servicio antes de formar. Recuerdo
perfectamente que la imaginaria fue arrestada, las normales me las hacía un “coleguilla”
de Cantabria, no le importaba al tener que dormir en el cuartel.
La verdad es que aquel acuartelamiento
parecía más un campamento juvenil que un centro militar. Tan sólo había un
soldado de reemplazo, vamos forzoso, que decíamos; yo contaba 19 años y era de
los de más edad, el grueso de tropa rondaba 19 primaveras. La mayor parte de
las noches, se habrían podido tomar las instalaciones al asalto. La tropa con
funciones de patrulla, puesto, puerta, refuerzo o imaginaria, ponía más celo en
localizar un lugar donde al calor de la áspera manta poder dormir un rato, que
patrullar con Cetme y correajes por el
recinto del Aeródromo de Villafría. La profesionalidad de este grupo era dudosa;
si a un ejército no cualificado, lo añades tierna edad, el resultado es más que
previsible. Era lo más parecido a un campamento de verano, pero con práctica de
tiro. Debido a esa laxitud, cuando entraba de refuerzo llevaba de equipamiento
complementario un despertador. Lo normal era salir del cuerpo de guardia y en
mi caso, cerrarme en la oficina en que estaba destinado, allí había calefacción
y un sofá sin muelles donde pasar dos horas lo más
cómodo posible. Llevaba tal alarma ante el temor de quedarme dormido y no poder
despertar al siguiente servicio, aunque los avisos tan solo surgían muy de cuando en vez porque el
oficial de guardia incomprensiblemente, se levantaba.
Como decía, cuando sonó el despertador, puse
el transistor y tan solo se escuchaba música fúnebre o militar. ¡A sus órdenes
mi brigada!, son las seis, sin novedad… bueno, tengo la impresión que Franco ha
muerto. Efectivamente, aunque teníamos la creencia que aunque no inmortal, era
inmorible, y podía haber fallecido días atrás; fue esta mañana cuando las ondas
constataron el óbito.
Había miedo. Tanto habíamos oído que Franco
era el garante de la paz; que nuestros abuelos, e incluso padres, pensaban que la
desaparición del dictador, podía derivar en una guerra fratricida. Yo por si
acaso, y como tenía permiso, salí zumbando del cuartel pensando que me
llamarían enseguida. No sucedió así, sin embargo recuerdo que mi hermano
estando en artillería, si estuvieron
tres semanas acuartelados.
Cuando el 22 de Noviembre Juan Carlos I, tomó
las riendas de la responsabilidad, me convirtió en uno de aquellos soldados que
sirvieron a la dictadura y a la monarquía, más tarde constitucional, jurando
defender la Constitución, y lo pasado, pasado.
Por aquellos días. las carreras delante de
los “grises” eran continuas, yo diría que pocos jóvenes estábamos conformes,
quizá como sucede hoy que se han recrudecido hasta el punto de hacerme recordar
aquella etapa. Las epifanías solían concluir en la Plaza del Cid, y allí, esperando
a la que conseguía que mi corazón latiera con más fuerza, con el acompañamiento
sonoro del: shhhh, shhhh, shhhh, ¡Que vienen, que vienen!, me pillaron a
contrapié cargas y carreras. A los gritos de libertad, con el paso de los meses
se unieron los de ¡amnistía!, quedando más o menos así: ¡Libertad, amnistía,
estatuto, autonomía!; hoy estos deseos se suponen resueltos. Son más tristes los
que ahora se corean: ¡Pan, trabajo, techo y dignidad!. ¿De verdad hemos
avanzado?.
Los jóvenes, poca confianza teníamos en aquel
Adolfo Suárez que veíamos con camisa azul de Falange, sabíamos que había
controlado programas informativos de TVE, y que en aquellos momentos era nada
menos que Vicepresidente General del Movimiento, llegando con Arias Navarro a
ser Ministro Secretario General del Movimiento, hasta que el primero, viendo la
poca confianza de la cuadrilla, hizo “mutis por el foro” y dejó más o menos expedito
el paso al que fue un presidente habilidoso para consensuar un país crispado y
atenazado por el miedo.
Alguien
dijo que fue encomendado porque conocía bien la derecha instalada en el poder,
si realmente fue así, ahora no lo sabemos. Ocupó un centro que recogía los votos
de muchos de aquellos que necesitaban estabilidad y concordia. Es cierto que
supo mover bazas, marcarse algún farol y realizar algún arrastro antológico,
sorprendiendo y descolocando “a los de derecha como a los de izquierda”. Chocó considerablemente
que alguien que intimaba con el Opus Dei realizara una ley de divorcio
criticada por sectores diestros, que luego no se sonrojaron al ser los primeros
en solicitarlo.
No fue una transición modélica, como
ahora cuentan. Fue difícil, crispada, y se salvó por las ganas que teníamos
todos de cerrar una etapa en la que la mitad de los españoles, de alguna manera,
eran sospechosos de algo. Autonomía, autodeterminación, cosas que entonces nos
parecían maravillosas y que con el paso del tiempo nos hemos dado cuenta que de
poco sirven, y menos a semejante precio, surgieron en esta etapa. Se atrevió
aquel Sábado Santo “Rojo” del 9 de Abril de 1977 a legalizar al Partido
Comunista; un día, en que pese a las procesiones, ya comenzaban a abrir los
bares. En La Farola recibimos la noticia que entraban en democracia aquellos de
los que se decía tenían tridente, rabo y cuernos.
Su primera etapa política será
recordada con cariño: logros, apertura, libertad… Tendremos siempre en la
retina la imagen ante Tejero, en pie, de frente, manifestando la desaprobación
golpista. No se me olvidará jamás la imagen de su soledad en el parlamento. Él,
en los últimos 11 años, supongo, apenas habrá recordado la traición de los
suyos y las enconadas peleas y presiones con socialistas y populares en el
Congreso y hasta no hace tanto, el olvido del Rey.
Hizo cosas buenas y menos buenas. Una
de las cosas que no se atrevió a reparar fue la memoria histórica, no debía ser
fácil. Felipe González que le siguió en el cargo dos legislaturas, tampoco hizo
lo necesario. Si se hubiera realizado en su momento, posiblemente ahora no
estaríamos todavía con titulares de prensa en este sentido, pero era momento de
templar gaitas.
La guerra es cruel, ni todos son
buenos, ni todos malos. La diferencia estriba en que los vencedores la escriben
a su manera, dan adjetivos de mártires y héroes a los suyos, otorgándoles privilegios y
prebendas, mientras que a los perdedores se les olvida bajo la tierra de una
fosa que durante mucho tiempo nadie se atrevió a denunciar. Ni identificar. A
sus familiares se los represalió además con el desprecio más absoluto durante
años y todo por defender una opción electa. ¿Cuándo nos olvidaremos de las dos
Españas?.
No porque le haya llegado su día, sino
por merecimiento propio ante la difícil papeleta encomendada por el Rey, como
fue liquidar la dictadura y ejercer de catalizador ante la intolerancia y el
desorden previsibles en sectores opuestos, si debemos ser agradecidos con quien
tuvo que definir una política con mayúsculas a camino entre la dictadura y la
república, y lo consiguió. Es un gran mérito por su parte. Hay que agradecerle también
que fuera un hombre honesto consigo mismo, que aguantó tensos funerales junto a
algunos ministros y sobre todo junto al recordado Gutiérrez Mellado, con
crispados y tenebrosos gritos de
¡Ejército al poder!, que nos encogían el esfínter. Además tuvo la gallardía de
dimitir con muchos menos motivos de los que le siguieron en la poltrona del
cargo; además ha sido el mejor de los presidentes democráticos electos, ya que
desde entonces, el que sigue al anterior demuestra menos intelectualidad e
ínfimo talante político, vamos, que son más torpes.
Para alguien que pese a tener mayorías,
gobernó con el consenso de partidos y legisló mejoras sociales colocando los
cimientos del trasnochado estado del bienestar, si hubiera tenido sus
capacidades en perfecto estado, le hubiese dolido tremendamente contemplar esta
clase estamental que están propiciando sus sucesores; desgraciadamente las
castas vuelven a tener actualidad; de seguir en esta dinámica de desaguisados
laborales y sociales, los pobres nacerán y morirán indigentes haciendo recordar
el proletariado (ahora solo con un hijo por familia), y los ricos lo harán en
alta cama y morirán en la opulencia absoluta. ¡A mandar, señorito, que para eso
estamos!.
La imagen de los González, Aznar,
Zapatero y Rajoy, tristes, circunspectos y serios ante el féretro de Adolfo
Suarez, - más figurantes que políticos del y para el pueblo -, me creó la duda
de saber a ciencia cierta si este rictus se debía al dolor propio por la
pérdida de un amigo y buen político, o si simplemente estaban contemplando
amargamente el poco prestigio que en estos momentos goza la clase política, en
contrapunto con el respeto trabajado y merecido del abulense que nos ha dejado.
2014.03.25
No hay comentarios:
Publicar un comentario