Si
dicen que la palabra es plata, y el silencio oro, todavía no sé porque he
decidido escribir esta estéril crítica. Se positivamente que al “arremangarme”
en esta materia, este escribidor de ideas que suscribe les va a poner en un
“membrete”.
Nací cuando algunos vivían en el umbral de
la “indecencia”; no había familias monoparentales, ni gestaciones subrogadas. Mi
padre nunca tuvo haiga, y por aquel momento subir a un avión era privilegio de
pocos, impensablemente no se hacían sorteos a bordo de la aeronave, ni tan siquiera
se aplaudía al aterrizar; claro que de donde veníamos y como llegábamos, eran
tiempos en los que “hacer el amor” era más milagro que pecado; posiblemente
fuera todo debido a que llevábamos en los “gérmenes” más lo de jodernos que lo
de amarnos, así que en aquellos días no había demasiado “macho man” y poco sentido
tenía utilizar el término “follamigos”, palabra que hoy todos
entendemos. Aquí hay que dar la norabuena a la RAE por sustituirla por
el término amigovio, que nadie utiliza.
Todo esto lo comento ya que hace poco,
pese a la opinión generalizada que no hay nada mejor para despejar discusiones lingüísticas
familiares que san Google de la Red, resulta que compré un diccionario de la
RAE; ahora aquí, sentado frente a la pantalla de mi desgastado ordenador, estoy
pensando si no tendré más remedio que aceptar la equivocación de la adquisición
e ir a “descambiarlo”. Es cierto que la “línia” entre la supuesta
cultura frente a modernos palabros es fina
y confusa, y no duden que da igual la clase social proveniente, sirva como
ejemplo el controvertido personaje que afirmaba ser presidente de la Federación
de “Furbol”, ¡con lo fácil que es decir balompié!
Siempre hemos oído palabras o expresiones
mal dichas, pero aceptadas localmente. ¡Qué ajuares, tía Paca!, dice mi madre
cuando escucha en los informativos los pactos políticos, y en casa todos
sabemos perfectamente a qué se refiere. En cualquier ámbito y situación existen
expresiones desconcertantes y frases para nota, esto puede deberse a varias
causas: lenguaje ancestral, una mala asociación de ideas, giros mal empleados,
falta de retentiva…, o la más importante de todas: no abrir un libro ni para
lustrar la yema del dedo índice.
Debido a cuestiones laborales en numerosas
ocasiones tuve que desplazarme a otras ciudades, como burgalés que soy, a
solicitud de compañeros foráneos tenía que llevar, además de las celebradas
morcillas, las sabrosas almendras de Ventresca” (léase Briviesca). He
acompañado a forasteros hasta el paraje de la Yenka (Yecla), o al bonito pueblo
de Mahamut (Mahamud).
Les cuento que he trabajado en el mundo
comercial y tengo anécdotas propias: un compañero, tras dudar unos minutos,
siempre hacía el cargo correspondiente a las RRMM Mercenarias, cosa que
acarreaba la aireada llamada telefónica de sor superiora, a la que tenía que
pedir mil disculpas y convencerla que no volvería a suceder… hasta la próxima
ocasión. Obviamente esto era cuando el “parte” ocupaba el prime time de
la parrilla televisiva y se rellenaban los albaranes a mano.
Aquellas épocas en las que desconocíamos
lo del Cambio Climático, cuando todavía llovía, si lo hacía con desmesura
impropia, siempre aparecía el mismo cliente para relatarnos que no había tenido
más remedio que poner en funcionamiento una bomba de achique ya que había
subido alarmantemente el “nivel frenético” del río.
De manera especial sucede en la Sanidad,
¿quién no ha escuchado decir que le habían puesto un “emblema” para mirarle los
“istentinos”. Quizás conozcan mejor a ese otro pobre al que hicieron una “lamparoscopia”.
Sabemos del que tiene piedras en el “reñón”, y nos reímos cuando comenta
que le ponen “indicciones”. Con el nuevo lenguaje surgido, en cualquier pasillo
de hospital te enteras que fulanito está allí ya que le ha dado un “aberrul”,
“chungo” o apechusque que lo ha dejado “arroscado”, y te quedas pensando
en la difícil postura que adoptará en la cama. Cierto es para entender lo que
se dice, lo importante es el conceto, que diría el sabio Pazos en la
genial “pelíncula” de Airbag.
Viene todo esto a cuento, porque hace unos
días, me enteré que en una de esas disputas de sabiduría verbal, dos amigos
tenían dudas de cual era el imperativo correcto del verbo ir; nada mejor para
dilucidarlo que ir a beber a las propias fuentes académicas, y fue Pérez
Reverte el encargado de dar y quitar razón. La respuesta del escritor y
académico fue: id o idos es lo correcto. En esta tierra mesetaria sepan que la
más común, coloquial, incorrecta y rotunda es “iros”. Que sepa, hay otra más al
menos. Recuerdo que estábamos en un bar-restaurante tomando una cerveza, cuando
entró una amplia cuadrilla de jóvenes solicitando merendar o cenar: “!Ahora,
a las diez de la noche voy a ponerme a hacer cena para quince!”… “¡Pues…
entonces no vamos!”, dijeron. “¡Veisus, veisus!”, concluyó el
responsable. Para este laborioso y avispado paisano, sin duda ese era el
imperativo de ir. Por cierto, el establecimiento cerró.
Dice el lema de la RAE: “Limpia, brilla y
da esplendor”, limpiar sí, ya que va suprimiendo palabras en desuso, brillar, puede
ser por la presencia de alguno de sus miembros, pero sobre dar lustre, creo que
los responsables están actuando con cierta displicencia, a mi modo de ver las
cosas, lo aportado últimamente por el docto equipo es más una preocupante pátina
de herrumbre postmodernista que otra cosa. Entiendo que se incorporen palabras
nuevas: cameo, hacker, pilates, bótox o tuitear,
pero aceptar como buenas albericoque, toballa, moñeca, coqreta,
o almóndiga cuando existen las correctas de toda la vida, me parece algo
tan sumamente ridículo, que poco aporta a la riqueza lingüística y cultural.
Claro que no sé las razones exactas que les ha inducido a incluirlas.
Creo que todo esto, junto a los 140
caracteres de twitter, la racanería de la incultura en la escritura de los wasap, o el abusivo mal
uso en los mismos de la letra “k”, lo único que hacen es confundir y dar por el
culamen al personal que se acalora en discusiones estériles sobre la
corrección de los términos idiomáticos. Admiro más que nunca la locuacidad y riqueza
en el lenguaje de muchos sudamericanos cuando se expresan.
Se que muchos de ustedes-vosotros
pensaréis: ¡Se ha dejado la de….!, pues ahora como incondicionales “followers”
que son, es el momento de incluir comentarios y sugerencias al pie para ir
ampliando este capítulo de la jerigonza de “andar por casa”.
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Las palabras escritas en negrita están aceptadas por la RAE.